viernes, 24 de abril de 2015

Permíteme preguntar

¿Por qué no queremos ser mediocres?


Esta pregunta la ha lanzado hoy una compañera de clase y me ha impactado tanto que llevo desde entonces dándole vueltas, como una pelota saltarina que está rebotando en mi cabeza, formando estas palabras que tenía que sacar de alguna forma.

Es una pregunta tan aplastante que hasta corta el aire,
porque es absolutamente cierta, porque todos deberíamos planteárnosla.

Y es que al mundo le hace falta menos tele y más pensar.

Pero, yo me vuelvo a preguntar, ¿por qué no queremos ser mediocres?

Por qué desde pequeños nos enseñan a estar por encima, a esforzarnos por no quedarnos atrás.
Esa necesidad de pertenencia al grupo pero brillando más que nadie.

Como cuando eramos adolescentes y teníamos la imperiosa necesidad de mostrar que éramos únicos, que no éramos del montón. Que no eramos uno más.

Exactamente como todos los demás.

Yo creo que es miedo y falta de valor.

Hace falta valor para admitir que te quieres quedar donde estas, que no buscas destacar, que te conformas.

Porque eso también nos dicen que está mal.

Que ser un conformista es ser una persona insulsa, que no lucha por sus sueños, que se deja pisar o mandar.

Bueno, tan necesaria es la persona que mueve a los demás como la masa que se mueve con ella.

No defiendo que te conformes con tu vida si no te gusta, te digo que si te gusta lo dejes estar.

Aunque tu vida se base en ser mediocre, en ser de los que estudian, se casan, tienen un trabajo y se mueren de viejos.

Si es lo que te gusta, ¡adelante!

No tienes que luchar por un 14 en selectividad si te sirve un 8, no tienes que aspirar a ser millonario si eres de los que llevan las mismas zapatillas gastadas y hechas mierda 4 años seguidos.

Ser mediocre no es malo, que te obliguen a destacar si.

Porque si algo he aprendido en clase de lengua (ojo, aprender a pensar es realmente difícil, mucho más que cualquier contenido que te enseñen en la carrera), he aprendido a preguntarme, a cuestionarme.

He aprendido a escucharme a mi misma por encima de lo que gritan los demás.

Porque no hay nadie más sabio que tú.

Haz lo que te apetezca, lo que realmente quieras. No porque te lo impongan, porque es lo que deberías hacer con esa edad, lo que esperan tus padres que hagas o lo que deberías hacer.

                                             Que las necesidades no existen, son creadas por la sociedad. 

Y cuando te das cuenta de eso notas como si alguien hubiera soplado en tu fantástico castillo naipes y ahora tuvieras todo el suelo lleno de cartas.

Tanto que ya no sabes ni de que palo ibas.

Párate a analizar la frase.

                                                              Las necesidades no existen. 

Guau, ¿cómo te quedas?

Es fuerte eh...mira a tu alrededor, ¿todo lo que tienes es realmente necesario? ¿de verdad esos pantalones ya no te gustan o es que llevas 6 meses aguantando anuncios de que es momento de renovarte el armario?

¿En serio te apetece leer ese libro o es que lo has visto en todos los escaparates de las tiendas por las que has pasado?

Por no hablar de la segunda parte

                                                    Las necesidades las crea la sociedad

Si la de antes te daba que pensar esta te produce dolores de cabeza.

¿Y qué hago yo ahora si en lo que me apoyaba resulta que es tan poco real que me deja desnudo y solo para decidir?

PARA DECIDIR

Seamos sinceros, que nos toque decidir es una putada.
Tener que plantearnos cosas, pensar, hacernos dueños de las consecuencias. Desechar opciones.

Es una gran putada.

Con lo bien que se estaba antes, cuando no tenias que elegir, cuanto no era o ciencias o letras, o una carrera o la otra, o salir o quedarte estudiando.

Que bonito todo cuando no tenias necesidades, cuando eras realmente tú.

¿Te acuerdas de esa época?

Quizá deberías volver a ella y si eso te vuelve mediocre, si ser tú  y hacer lo que quieras es ser mediocre. Bueno, quizá seas una persona mediocre.






¿Cuál es el problema?



jueves, 2 de abril de 2015

Con la melancolía como compañera de viaje

Soy consciente de que continuamente hablo del pasado pero sencillamente no me siento con el poder de hablar del futuro.

Y si esta tarde estoy aquí es porque me ha vuelto a pasar.
Esa fuerza que te hace escribir, que te obliga a decir lo que sientes y que cuesta tanto callar como un grito en mitad de una noche de pesadillas.

Aunque por suerte hace mucho tiempo que en mi vida no hay pesadillas.

De hecho mi vida ya no es como la de la última entrada, ni como la de ayer
                                        de eso vengo a hablar.

Aún a riesgo de ser odiada e incomprendida por la gente mayor que yo es cierto que no llevo bien lo de cumplir 20 años, incluso aunque la gente se lo tome a broma he sufrido la crisis de los veinte.

Durante las semanas, incluso meses antes de mi cumpleaños me pasaba horas enteras pensando en todo lo que había hecho, lo que no había hecho y ya no podía hacer (entendedme, no es que me vaya a morir por cumplir los veinte, pero hay cosas que no se viven igual con una edad con otra y nadie me lo puede negar) y también he pensado mucho en todas las cosas que hice y que ya no podré repetir.

Y me asfixia el pasado.

Y eso que puedo decir muy muy orgullosa que me siento en absoluta paz con él, con todas las personas que han pasado y sobre todo, y tras mucho, mucho luchar, me siento en paz con mi yo del pasado, mi yo en todos los planos que hay (incluso aunque aún queden batallas pendientes que a veces salen a relucir)

Pero no he superado los veinte.

Tener veinte es genial, incluso aunque aparentemente tu vida no haya cambiado. No sé si será que yo los utilicé como frontera para tomarme la vida de otra forma o que una magia desconocida hizo que con mi dos en las decenas me cambiara la forma de verlo todo.

Pero sigo sin superar el pasado.

Sigo constantemente con ganas de frenar el mundo, ese que va tan rápido ¡Por Dios si me queda un mes de clase y fue ayer cuando estaba nerviosa por empezar Bachiller!

¿En qué momento pasaron estos últimos tres años?

Y miro atrás con pena porque de verdad siento pena por este mundo, y puede que suene egoísta pero de realmente me da tristeza pensar que los niños de ahora no vivirán lo mismo que nosotros, de ver que no salen a la calle, que con 9 años (ojo, que esto lo he visto yo) ya tienen móviles y usan redes sociales donde suben fotos que aparentan más años que yo (por suerte o por desgracia hay quien me sigue echando 16 o 17 años)

Y me matan los nuevos cambios, las nuevas tecnologías, el afán de más y más. La corrupción, los desastres, el hambre, las injusticias y este mundo que parece que se cae a pedazos.

Y repito que ahora soy más feliz que nunca, eso sí, en un mundo que pienso que está en decadencia.

Porque se han perdido los valores, la educación, el respeto por los demás y por lo que te rodea.

Por la falta de diversión en los niños, por la competitividad latente antes de que sepas pronunciar la primera palabra.

Por los amores en red, porque ya no hay gestos espontáneos.

Porque el mundo se marchita y me parece increíble que la gente no lo vea. Aunque claro, qué vas a ver si solo miras la pantalla del móvil.

Que los paisajes siguen siendo hermosos, que sigue habiendo gente buena y que internet te permite ver unos videos de gatitos preciosos con los que se te puede caer la baba durante horas.

Pero eso no me vale.

Y no puedo cambiarlo, porque no puedo ir contracorriente, aunque seguiré haciéndolo.

Puedo decir que estoy en contra de las consolas y que mis hijos no tocarán ninguna hasta una edad decente, pero sé que eso los aislaría de la sociedad.

Puedo negarme a las redes sociales, puedo quitarme WhatsApp y lanzar mi móvil a la basura, pero entonces estaré incomunicada del nuevo mundo.

Puedo buscarme un novio al que no querer por iconos pero lo más probable es que me deje por pasar de él y no contestar sus mensajes de buenos días con mil caritas y corazoncitos de colores.

Puedo no ver las noticias pero el horror seguirá ahí.

Mirar hacia otro lado tampoco cambiará las cosas.

Y no he superado el hecho de que el pasado no volverá, de que nadie vivirá lo mismo que yo.
                                      De que yo tampoco volveré a vivirlo. 

Y me desgarra, tanto que miro incrédula a mi alrededor preguntándome si soy la única que lleva a  la melancolía de compañera de viaje.

Porque no se puede leer un libro dos veces y esperar que sea como la primera vez.

Y estoy cansada de que la gente te diga, ¡encima con una sonrisilla! que los años que vienen pasarán más rápidos, que disfrute la universidad que son los mejores años, que esto es lo mejor.

Incluso aunque me encuentre con los defensores de que los treinta es la mejor época, de que toda tu vida merece la pena blablabla

El nudo en el estómago cada vez que recuerdo algo de mi pasado me recuerda que la vida es esto, que es natural, que tengo que asumir, digerir y seguir escribiendo mi historia.

Pero esto es como cuando en el juego del SuperMario querías volver atrás y no podías.
                               Solo que sin poder reiniciar la partida



No quiero vivir en el mundo que se está construyendo, el que veo todos los días que se forma a mi alrededor, pero sin embargo no puedo salirme de él.

Si algo he aprendido de mis constructivas clases de lengua es que no podemos vivir completamente incómodos, haciendo cosas que no queremos. No podemos vivir en contra de nosotros mismos porque sino, acabaremos locos, viviendo una vida que nos viene dada desde fuera y que no es la nuestra.

Y sinceramente, visto como está el patio y la velocidad, no estamos precisamente para desperdiciar días engañándonos a nosotros mismos.

Yo ya me he negado a este mundo, a esta sociedad muerta con cada vez menos sentimientos, con ese afán de aparentar que te hace sentir mal si no cumples la norma, ser parte de ese todo, en un absurdo intento de destacar de la misma forma que todos quieren destacar haciéndote, de nuevo, parte del montón.

Puede que no pueda cambiar la sociedad, el mundo, el concepto de amor, la tecnología que nos vuelve idiotas a cada minuto y los desastres y maldad que cada vez están mas presentes, pero puedo cambiar mi vida, puedo elegir qué hacer con ella, como pestañear y que vuelvan a pasar otros tres años

Y quién sabe, lo mismo algún día supero esta sensación de agobio con el tiempo, ese boggart con forma de reloj de arena. Lo mismo algún día soy capaz de asumir que me muero a cada instante, que esto ya no se volverá a repetir. Que somos flor de un día y esa es la gracia de vivir.




Que la vida es efímera para no ser nosotros mismos



Y no debemos olvidar como llegamos aquí