domingo, 29 de junio de 2014

La marca del sol.

Estos días he pensado mucho y me ha dado miedo el resultado.

Últimamente me siento mucho como mi yo pelirrojo de ojos color coca-cola de hace algún tiempo, la que hacía lo que quería en cualquier momento y la que podía cumplir cualquier sueño por loco que pareciera.

Y no sé si será culpa de pasarme el día viendo cosas ñoñas, de leerme dos libros en una semana o que últimamente estoy melancólica recordando mis buenos momentos.

O a lo mejor es porque simplemente me he cansado de estar siempre indiferente de la vida y me apetece cambiar.

Con deciros que llevo dos días incapaz de dormir la siesta ya os digo como ha cambiado mi vida.

Y es que la gente tiene razón con eso de que se nos pasa la vida mientras damos largas a la felicidad.

Me he cansado de esperar para ser feliz, de dejarlo para el fin de semana, para cuando termine los exámenes o para cuando tengo un novio guapísimo con el que pasar las horas muertas.

Así que ahora que ya no tengo excusas, que no puedo culpar a la falta de tiempo, la falta de sueño o la falta de ganas. Va siendo hora de que me ponga en serio con mis sueños.

De que saque todas las fuerzas que tengo escondidas y empiece a ser realista y termine con eso de dejar pasar la vida.

Voy a cumplir mis objetivos, voy a vivir la vida que quiero por el simple hecho de que es absurdo no hacerlo.

Porque pensamos que la felicidad depende de la suerte.

Cuando vemos a alguien que ha conseguido un objetivo nos dedicamos a decir "vaya que afortunado es tal que ha conseguido esto, que suerte tiene" o "jo, que envidia noséquién que ha logrado eso que yo también quiero"

¡Y UNA MIERDA!

Constéstame a una cosa: si él lo ha conseguido, ¿por qué no lo vas a conseguir tú?

¿Qué tienen los que te rodean para ser feliz que tu no tengas?

Oh, ya te respondo yo: fuerzas, ganas, determinación, ideas claras....

¿acaso no puedes tener tú todo eso?

O qué esperas, que mañana te levantes y tengas el cuerpo que deseas, el chico de tus sueños en la puerta, el trabajo que querías y las notas que ni imaginabas porque el hada de los dientes te lo ha dado.

Por favor deja de ponerte excusas y empieza a luchar por lo que quieres.


Que a mi me da igual. Que cada uno tiene bastante con luchar con sus demonios, con enfrentarse a su propio espejo y con pelearse con su vida.

Solo te voy a preguntar una cosa más:

¿Es esta la vida que quieres?




Si la respuesta es no. Creo que tienes un serio problema que solo tú puedes solucionar. 

Como un suspiro cuando nos falta oxígeno

Fuck off

¿Existe algo mejor que levantarte y mandarlo todo a tomar viento e irte?

No.

Creerme que no.

Las ocho de la tarde es el mejor momento para parar el mundo, para hacer que la vida siga. Sí, pero sin ti.

Y eso he hecho.

Me he levantado, he guardado lo que estaba haciendo y bajado la pantalla del ordenador.
Lo he suspendido todo.

Por una vez he dejado todo a medias, me he ido sin responder a skype, sin mirar WhatsApp y sin preocuparme en si las ovejas de la granja estaban alimentadas.

He plegado el ordenador y con él mis responsabilidades, mis preocupaciones y me he enfundado el bikini.

¿Cuál es el truco?

Dejar que la felicidad pase rápido, para no recrearnos ni darnos tiempo a cagarla.

Me he puesto el bikini y a las ocho de la tarde, antes de que mi padre me preguntara a dónde iba yo ya había salido de casa, antes de que nadie me reclamara por alguna red social he apagado el 3G y antes de que me pensara si el agua estaba demasiado fría ya me llegaba a la cintura.

Eso es felicidad.

No pensar.
                  Actuar.


No darle tiempo a la conciencia a decirte si está bien o mal, si deberías terminar lo que estabas haciendo antes de irte a bañarte, de contestar a alguien y no dejarle a medias o de pensártelo mejor antes de meterte en el agua congelada.


Y cuando lo haces te das cuenta de que las mejores decisiones son las que se toman con el corazón.

Y soy consciente de lo realmente ñoño-utópico que suena esa última frase, pero también soy consciente de lo mucho que merece la pena.

Porque cuando estas sola, en la inmensidad del agua, donde sabes que ningún sonido te molesta, donde no hay ruiditos de móviles, de ordenadores ni de nadie que te pide que hagas nada.
Cuando solo estás tú y las olas.

Eres consciente de lo realmente afortunado que eres.




Que la felicidad la tienes cada día contigo y eres tú el que decide cuando la sacas a relucir.