lunes, 26 de septiembre de 2016

Igual que la pena en un bar

Sufro locura transitoria

Cuando noto el roce de tu piel,
cuando te pido que te vayas.

Cuando un día despierto y no te encuentro,
cuando pienso que a dónde coño va todo esto.

Sufro locura transitoria cuando te miro y no me veo,
cuando te pienso y no sonrío.

Y le he preguntado a mi peluche por ti,
por cuándo vas a volver.

Por cuánto va a tardar esta situación pasajera
esa que sabemos que tiene un mal final.

Le he preguntado si sabe cómo te llamas,
si ya puede decirme de qué color son tus ojos.

Pero me he cansado y lo estrellado contra la pared.
Ahora mira mi reflejo distorsionado.

Sufro locura transitoria,
de que la que no se pasa,
de la que tu pasas.

Será cosa del frío, de que ya no me calientas,
de que tu recuerdo es vago como mis ganas de trabajar.

O será que te cambie la cara,
otra vez otra cara inacabada.

Te busqué, te intenté, te perdí,
me sumí en unos quince años que yo ya había vivido.

Y como tener quince años no era la solución de un plumazo le di la vuelta al reloj.

Quise ser mayor,
quise que crecieras.

Sufro locura transitoria,
de esa que usas de excusa cuando nada sale bien.

De la de ponerte calcetines en pleno agosto,
y no saltar a la piscina porque el agua está muy fría.

Conte los versos pares,
los besos impares.

No me salían las cuentas así que deje de contarte cosas al oído.

Pero la línea es recta,
aún con subidas y bajadas.

Aún cuando escalas la pared sin nadie a quién agarrarte,
aún cuando las manos vuelan lejos y el suelo vuelve a estar firme.


Pero sé que es transitorio


Como tú,
como mi locura.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Por lo(s) que he perdido

De nuevo me veo echando la vista atrás

Este verano he aprendido muchas cosas.

He aprendido lo que es trabajar más de 8 horas diarias
y a valorar el poco tiempo que te queda libre.

He aprendido lo que es levantarte temprano y morirte de calor
mientras todos están en la playa solo por poner tu granito de arena.

He aprendido que las fronteras no siempre son lo que creemos
y que puedes encontrar un amigo donde menos te lo esperas.

He aprendido que a veces merece la pena dormir poco
por vivir más.

También he aprendido que a veces es más lo que nos une
que lo que nos diferencia.

Y que al final, todos somos personas.

He aprendido lo que es culminar un proyecto
después de trabajar en él todo el año.

He aprendido lo que es verdaderamente trabajar en equipo
y lo increíble que es alcanzar algo todos juntos.

He aprendido que a veces por mucho que te preocupas porque algo salga bien,
a veces irremediablemente sale mal.

Que a los problemas soluciones y que los niños nunca dejan de enseñarte.

He aprendido que a veces hace falta alejarse para tomar perspectiva,
que nunca las cosas son lo que parecen.

He aprendido a estar a un lado y al otro,
pero que nunca tienes que quedarte en medio.

He hecho muchos kilómetros.
de distancia y de corazón.

Supongo que también me he perdido un poco,
pero me he encontrado en otras personitas.

Este verano he sido profesora, estudiante, traductora, scouter, bagheera, diosa griega, árbol de la sabiduría, brujo, miembro del team rocket, monitora, pinche de cocina, amiga a distancia e hija desaparecida.

Supongo que es normal que habiendo sido tantas cosas me haya olvidado un poquito de ser yo.

Y es que me he alejado tanto de mi zona de confort que he sido otra en otra zona, supongo que he tenido que volver a conocerme.

Y ha sido confuso, a ratos bastante difícil

Pero ahora que estoy sacando los pantalones largos, quizá tenga que guardar a esa otra yo con la ropa de verano.

Supongo que es momento de volver a ser solo Sara.

Ser solo compañera de piso, amiga, estudiante estresada e hija los fines de semana.

Y es que cuando tienes 21 años es difícil no equivocarte, incluso cuando crees que sabes hacerlo todo.

Es difícil que no te supere la situación, que no te pesen los kilómetros fuera de casa aunque sean los últimos 30 minutos antes de irte al saco a dormir.

Nadie es perfecto y mucho menos voy a serlo yo.

Y supongo que ahora que no soy nada de lo que fui este verano y me encuentro frente a frente conmigo misma,
ahora que vuelvo a ser esa que da mil vueltas a lo errores cometidos, tal vez sea momento de enterrar lo malo, aun cuando suponga llevarse parte de lo bueno para poder seguir sumando momentos.

Porque cuando las hojas caen a todos nos vuelven nuestros demonios.

Y no queda más que lidiar con ellos, tener presente lo aprendido


Resultado de imagen de perdón

Y tener claro que aún queda demasiado por aprender, sobre todo a perdonar(se)


domingo, 18 de septiembre de 2016

Si algo he aprendido este verano de ella.

Nos juzga la eternidad.

Me encantaba su vitalidad.
y no entendía cómo los demás no podían verla.

Sus ganas de comerse el mundo,
ese que a veces se le quedaba pequeño.

La capacidad que tenía para dormir 3 horas
y madrugar solo porque la vida se le queda corta si no lo hace.

Esa sonrisa que pone cuando te mira y no sabe qué decirte.

Las carreras que se pega cuando no llega al bus, no llega a clase o no llega a tu próxima caricia.

De su explosión de alegría
aunque a mi lo que más me gusta es el brillo de sus ojos.

Cuando te habla de su futuro, de su pasado o del sueño real de dejar el mundo en mejores condiciones de como lo encontró.

Y es que ella es movimiento,
es caos y noches de ponerse de morros sin motivo aparente.

Es un cartel de neón encendido a todas horas,
que a veces solo te pide un abrazo y otras te grita que saltes sin mirar.

Y la podrás ver en fotos, te podrán hablar de ella, podrás cruzarte con su reflejo en la biblioteca.

Pero realmente nunca la verás, porque es lo que pasa con la gente que brilla,
que la miras y no la ves.

Que pasa tan rápido, corriendo, saltando, hablando,
que cuando giras la cabeza ya ha doblado la esquina.


Hasta que la encuentres en cualquier bar
pegando saltos de alegría.




jueves, 8 de septiembre de 2016

Apunta y dispara al reloj

Quisiera que mi voz fuera tan fuerte


Muchas veces en mi vida me han preguntado que en qué pienso cuando escribo, incluso muchas veces mis amigas me han preguntado con una sonrisilla en los labios "¿por quién va tu última entrada del blog?"

Y es que no se cómo explicarlo, es algo que surge, que sale y que aunque quieras no puedes evitar.

Ya he dicho muchas veces que mi mente es como un gran submarino, con distintos compartimentos herméticos: están los recuerdos malos, cerrados bajo llave para que ni en los días blanditos pueda entrar; Están los recuerdos de infancia, las tareas de cosas por hacer y uno de mis favoritos: una habitación gigante para todos esos (im)posibles futuros en los que pienso cuando me acuesto y espero para dormirme.

Siempre he considerado una suerte tener la capacidad de pensar en varias cosas a la vez, de escuchar varias conversaciones a la vez.

Aunque a veces, sobre todo en época de exámenes, desee con todas mis fuerzas dejar de repasar los apuntes incluso mientras duermo.

Cuando escribo es diferente, es igual que cuando leo.
Los únicos momentos en los que mi mente se centra al 100% en una cosa.

Y todo lo demas desaparece.

Dejo de escuchar lo que me rodea, de prestar atención a lo que tengo delante.

No hay nada, solo están las palabras.

Hace años, cuando escribia historias, era mágico, iba andando por la calle, en el tranvía, en clase o en el baño y entonces aparecía.

Tan clara como una escena de película.

Y yo los veía, veía a los personajes escuchaba en mi cabeza sus voces, aún a riesgo a que esto suene a que me vuelvo loca, estaba ahí.

En la escena, en la historia.

A veces la esribia, otras las vivía intensamente como un recuerdo más y se quedaba ahí, en la habitación de todas las historias que he vivido sin ser yo la protagonista.

Y ahora mismo, no pienso. Solo siento.

Solo escribo.

Y no puedo explicar cómo sé qué escribir, es como cuando escuchas una canción que ya te sabes y sigues la letra despreocupada aunque haga años que no la cantas.

Simplemente lo sabes, sale solo, no lo puedes frenar.

Y a veces es tan fuerte que hasta en medio de la noche me despierto, y me desvelo yo creo que de la necesidad de escribir.

Y no siempre va por alguien.

No siempre soy yo.

Solo sale y tienes que escribirlo porque no te pasa otra cosa por la mente que estas palabras.

Y joder, quiero dormir la siesta y o te escribo o pierdo el tiempo porque al final todos mis pensamientos volverán aquí, a donde te deje, pendiente de pasar a palabras.

No siempre lo público, no siempre lo escribo en papel.

Pero siempre lo expresó porque sino se hace costra y luego duele cuando se cae.

Y a veces escribo tonterías, mierdas, jeroglíficos sin sentido

Muchas veces ni yo sé que significan

Pero están ahí y no se van si no les abro las puertas.

Y es magia

He llegado a vivir días enteros en los que he pasado más tiempo en mis historias y palabra que en el mundo real.

He sentido mucho, muchísimo más en palabras que en la vida real.

Aunque eso duela.

Mi vida nunca superará mi ficción pero yo al menos tengo la suerte de crear todo lo que no tengo.

De vivir en todos esos mundos y recuerdos en los que no se me ha permitido entrar como protagonista.

Y esto, es, una vez más una declaración, no de intenciones, no de emociones.

Es solo un momento más en el que todo se apaga y salen las palabras

Y joder, quiero dormir la siesta así que o las escribo o la pierdo.

Aquí estamos, una vez más, escribiendo lo que me sale.



Y nada más.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Eso dijo la chica por megafonia

De la noche del 14.

Todo el mundo dice que cuando viajas es cuando realmente vives y aprovechas tus días.

Y es cuando vuelves de un viaje o incluso cuando comienzas otro cuando, sentada en el autobús, escribiendo en la parte de atrás de mi billete realmente entiendo a lo que se referían.

Son todos esas experiencias, esos momentos y esas vistas tan distintas de las que puedes tener desde tu ventana las que suman, las que hacen que los días cuenten.

Son esos días de dormir en el suelo, en un asiento de autobús o en una estación de tren los que te llenan de historias que contar.

Yo he tenido la suerte de, con mi pañoleta al cuello, poder visitar lugares y disfrutar de amaneceres para los que me faltarían palabras si alguna vez pretendo describirlos.

Ha sido con tiempo y perspectiva cuando he entendido que viajar es lo mejor que puedes hacer.

Irte una semana, un mes o toda una vida.

Coger la mochila, la maleta o dejarlo todo y marcharte.

Solo o acompañado.
A rodearte de gente o a aislarte.

Pero vete.

Sal y vive.

Porque solo conociendo lo que hay fuera de tu zona de confort podrás conocer todo lo que la vida tiene preparado para ti.

Porque vivir es precisamente ese sentimiento de incertidumbre, de miedo cuando cierras la puerta de tu casa y tomas rumbo a quién sabe dónde.




Porque vivir es que tu casa no sea solo un lugar sino todas las personas y experiencias que te acompañan cuando vuelves a ella.