martes, 25 de septiembre de 2018

A mi yo de ayer

Au début. 


Hoy hace un año que tomaba una de las decisiones que más me iban a cambiar la vida,
aunque soy de las que piensan que todas las decisiones cambian nuestras vidas en mayor o menos medida.

Hoy hace un año que empaquetaba mi vida en dos maletas y me subía al autobús de la muerte que casi 28 horas después me dejaría en la que sería mi casa.

Desde entonces he vivido todas las aventuras que se viven fuera de la zona de confort: la de ir a urgencias sola, abrirte una cuenta del banco, quedarte tirada toda la noche en un aeropuerto...

Pero todo eso no lo he vivido sola,
aquí conocí lo que es una familia, un grupo de gente totalmente diferente a mi, con culturas distintas, con lenguas distintas y hasta con ideas de familia totalmente distintas a la mía.

Aquí descubrí la felicidad de levantarte con nieve en las ventanas
y el calor de una tarde de primavera en la orilla del río.

Aprendí mucho,
muchísimo,
tanto que algunos días pensaba que iba a explotar de tantas cosas para asimilar.

No diré que fue duro,
porque no lo fue.

Nunca he sido de echar de menos mi casa y mi gente de siempre seguía ahí,
ya sea al otro lado de la pantalla, acompañándote al café de la mañana por WhatsApp o presentándose aquí en pleno mercado de navidad.

Tampoco diré que lloré,
sabéis que no soy mucho de eso,
sobreviví a una sola crisis piojil que me hizo darme cuenta que nada es tan dramático como parece.

Y me enamoré,
me enamoré cada uno de los días que estuve aquí.

Me enamoré de la cultura, esa que te da los buenos días, las gracias y te desea una buena mañana cada vez que entras o sales de una tienda,

Me enamoré de mi ciudad, porque ahora también es un poco mía.

Me enamoré de sus calles, de su catedral, de sus vistas preciosas siempre, mires donde mires, aunque sea una calle sin más.

Me enamoré de todos sus paisajes, incluso los de los días tristes.

También me enamoré de la vida aquí, los horarios (aunque no respeten la siesta), las bicis, la gente en la calle lloviendo o nevando.

Y me enamoré de todos los sitios que visité,
los más cercanos y los más lejanos.

Me enamoré de algunas personas,
de niños que te corrigen con una sonrisa y te escuchan, aunque lo que digas no tenga mucho sentido sintáctico.

Me enamoré de los abrazos que saben a casa aunque estés a miles de kilómetros, y más aún si van acompañado de queso fundido o cebolla.

Me enamoré de la paciencia, de las ganas de ayudarme y de guiarme,

Me enamoré hasta de lo que nunca pensé que me enamoraría.

Y entre todos esos amores y calles preciosas (re)conocí a la persona más importante de mi vida: yo.

Me conocí haciendo cosas que nunca pensé que lograría,
me conocí queriéndome más que nunca, hasta la saciedad, hasta el "gracias por estar ahí".

Me conocí con la ilusión de un niño que no para de vivir "primeras veces",
(aquí me he dado cuenta de lo importante que es no dejar nunca de experimentar y hacer cosas por primera vez, porque si dejas de tener primeras veces, entonces es que estás un poquito muerto)

Porque eso nos mantiene vivos,
nos hace crecer,
nos hace felices.

Y tanto aprendí y tanto me creció el corazón que ya no pude volver,
y moví cielo y tierra para acabar aquí un año después,

escribiendo esto y pensando en este año inolvidable desde una ventana con vistas a esa maravillosa vida que un día decidí empezar subiéndome a ese autobús sin saber a dónde me llevaría

Y aunque ahora ya he descubierto la maravilla que son los aviones, espero que por delante tenga al menos un año tan inexplicable como el pasado.

Solo pido  (si me lo permitís), que mi familia siga creciendo, que no se acaben las primeras veces y que nunca deje de hacerme ilusión simplemente el estar aquí.

Porque al final es verdad eso de que dicen que lo mejor está fuera de tu zona de confort,
aunque solo lo descubrirás por ti mismo,



Si te atreves a salir de ella

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